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El misterio de las carabelas que perdió Colón en el Triángulo de las Bermudas

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El misterio de las carabelas que perdió Colón en el Triángulo de las Bermudas
En agosto de 1975, ABC anunció la puesta en marcha de una expedición científica destinada a estudio del llamado 'Triángulo de las Bermudas'. La misión reuniría a más de trescientas personas: geógrafos, físicos, navegantes veteranos, equipos de salvamento de alta mar y, de modo notable, parapsicólogos. El objetivo de esa singular empresa era esclarecer, en la medida de lo posible, «las causas de tantas desapariciones misteriosas ocurridas en esa zona —un triángulo cuyos vértices se sitúan posiblemente en las Bermudas, Florida y Puerto Rico— que afecta tanto al cielo como al mar».Por la localización, el reportaje hablaba del Triángulo de las Bermudas, aunque en ocasiones se le denomina también «Triángulo del Diablo». El autor Charles Berlitz, que un año antes había publicado su best seller 'The Bermuda Triangle', afirmaba que hasta entonces en esa área habían desaparecido cerca de mil personas y alrededor de un centenar de aviones y embarcaciones. ABC apuntaba además que la primera víctima histórica de esa región atlántica, al norte del mar Caribe, podría haber sido Cristóbal Colón , concretamente en su cuarto viaje a América en 1502:«Cuentan que Colón, al internarse en el Atlántico, observó curiosas y emergentes líneas de «agua blanca», trazas de luz y espuma tan peculiares que aún hoy pueden verse y que incluso han sido avistadas por astronautas en el espacio. Colón podría ser la primera víctima histórica de aquel lugar. En la expedición de 1502 zarpó en junio desde La Española (Haití y Santo Domingo) con treinta y dos carabelas cargadas de tesoros. Poco después de partir, la flota fue sorprendida por una tempestad tan violenta que solo cinco barcos consiguieron escapar relativamente indemnes. Más tarde se encontraron diez despojos en la costa norte de La Española, pero de las otras diecisiete carabelas, de sus tripulaciones y de sus cargamentos no quedó rastro alguno».En realidad, por entonces las islas Bermudas aún no habían sido descubiertas: la proeza de hallarlas corresponde a Juan Bermúdez, uno de los marinos que tomó parte en el primer viaje de 1492, y se fecha hacia 1505. No obstante, eso no impide que Colón conociera en buena medida aquellos peligrosos mares, que ya había navegado en parte antes de 1502 y en los que, a lo largo de los siguientes quinientos años, se registraron aproximadamente cien desapariciones inexplicadas de barcos y aviones sin dejar rastro.Huracanes y tormentasLos hechos inexplicables se concentran en una área cuya extensión se calcula entre 1,3 y 3,9 millones de kilómetros cuadrados. Las investigaciones científicas recientes atribuyen la mayor parte de estos sucesos a fenómenos meteorológicos y oceánicos: la región sufre con frecuencia tormentas tropicales y huracanes; su situación favorece la formación de olas gigantes —ondas excepcionalmente altas que se originan cuando dos olas se acoplan y suman sus crestas—; y la presencia de la Corriente del Golfo, una potente circulación oceánica, provoca variaciones meteorológicas bruscas y repentinas.Aunque la fama del área se potenció a partir de 1964, cuando el término «Triángulo de las Bermudas» apareció por primera vez en una revista para describir una zona que, según Vincent Gaddis, «ha destruido cientos de barcos y aviones sin dejar rastro», lo cierto es que Colón ya conocía los huracanes tropicales de la región. Los taínos —población indígena que habitaba las Antillas en aquellos tiempos y con quienes Colón mantuvo varios encuentros— le habían prevenido sobre los peligros de esos mares.Así, siglos antes de que se delimitara y bautizara el 'Triángulo de las Bermudas' y de que se popularizara como un supuesto foco de fenómenos paranormales, el descubridor de América ya lo cruzaba con habilidad siguiendo los avisos de los autóctonos. Como navegante experimentado, había aprendido que en el Caribe los huracanes presentan características muy distintas a las borrascas y temporales que él había enfrentado anteriormente.Rumbo al Nuevo MundoDurante sus numerosos viajes al Nuevo Mundo entre 1492 y 1504, Colón tuvo que hacer frente a uno de esos huracanes de la zona, el mismo aludido por ABC, que sorteó con pericia e inteligencia, contrariamente a decenas de embarcaciones que ignoraron sus advertencias. Fue, en concreto, en su cuarto viaje: partió de Sevilla el 3 de abril de 1502 con la misión de encontrar un paso occidental hacia Asia.Colón contaba entonces con 51 años, una edad avanzada para la época. Padecía gota y artritis, pero ello no le impidió dirigir la expedición, composta por dos carabelas con capacidad para 70 toneladas (la Santa María y la Santiago de Palos) y dos navíos de 50 toneladas (el Gallego y el Vizcaíno). La tripulación ascendía a 144 marinos, entre ellos sus hermanos Bartolomé y Hernando, y su escribano oficial Diego Méndez de Segura. No obstante, el almirante no pudo escoger a sus capitanes —fueron designados por los financiadores— y tuvo que acatar la prohibición impuesta por los Reyes Católicos de no volver a pisar La Española.Con esas premisas, Colón puso rumbo hacia el sur, bordeando la costa de África hasta las Islas Canarias. Atracaron en Las Palmas y circunvalaron la isla hasta Maspalomas para aprovisionarse de agua y leña. El 25 de mayo emprendieron la travesía atlántica con la ayuda de los vientos alisios y llegaron al Caribe el 15 de junio. Allí percibió los primeros signos del huracán que se acercaba, pero aun así se dirigió a La Española, pese a la prohibición. Avistó la isla el día 29 y la recién fundada ciudad de Santo Domingo, en la costa este de la actual República Dominicana.«Jurakán»Colón pudo comprobar que el huracán se aproximaba. Como le habían explicado los taínos, se trataba de un fenómeno especialmente peligroso, pero el almirante supo interpretar en el cielo y en el mar las señales de su creciente intensidad. Los nativos lo llamaban «Jurakán», término que los conquistadores españoles transformaron en «huracán»; con él se referían no solo a los ciclones tropicales de la región, sino a cualquier tempestad violenta.En la mitología taína, estos fenómenos eran obra y dominio de la diosa Guabancex, personificación del caos y el desorden; la representaban con un rostro airado y los brazos extendidos, una metáfora de las ráfagas huracanadas. Los taínos conocían bien una peculiaridad de estos fenómenos: el patrón rotatorio de los vientos durante el desplazamiento del ciclón, detalle que Colón aprendió a reconocer con claridad.Sabiendo del poder destructivo del huracán, Colón intentó buscar refugio en Santo Domingo, pero la prohibición seguía vigente: el recién nombrado gobernador Nicolás de Ovando y Cáceres le negó la entrada al puerto. Colón trató de advertir y convencer a Ovando del peligro, pero el gobernador estaba inmerso en la preparación de una flota de 30 barcos que zarparían en breve hacia España con mercancías valiosas y esclavos. Las naves mencionadas por ABC no estaban, por tanto, bajo el mando de Colón sino del gobernador.La destrezaOvando no solo impidió el desembarco de Colón y su gente en La Española, sino que ignoró la advertencia del almirante y cometió lo que sería su mayor error: ordenó que su flota saliera el 29 de junio rumbo a España. El problema fue que la metrópoli quedaba al norte, justamente por donde avanzaba el huracán. Colón, percibiendo la proximidad del peligro, optó por huir hacia el sur, bordeando la isla en dirección contraria y buscando abrigo lo más alejado posible de las violentas rachas de viento.Esa decisión demostró ser la acertada y salvó a su flota. Las cuatro naves de Colón resistieron la furia de los vientos huracanados y el fuerte oleaje del día siguiente; consiguieron aguantar los duros embates en el perímetro del ciclón y reunirse finalmente en una cala que ya conocían. Por el contrario, los treinta barcos de Ovando sufrieron la peor parte: el 29 de junio Santo Domingo y sus costas quedaron arrasadas.Solo uno de los buques, el Aguja, alcanzó España, y otros cuatro lograron volver al puerto de Santo Domingo tras la tempestad; los restantes 25 se hundieron y desaparecieron sin dejar rastro. Murieron más de 500 españoles y un número indeterminado de esclavos. La pericia e inteligencia de Cristóbal Colón impidieron que la cifra de víctimas fuera aún mayor. Los restos de las embarcaciones no pudieron ser localizados. Además de las corrientes, en la zona del 'Triángulo de las Bermudas' se halla el punto más profundo del Océano Atlántico: la depresión Milwaukee, una fosa que alcanza 8.380 metros de profundidad y que toma su nombre por el hallazgo del crucero estadounidense hundido USS Milwaukee en 1939.

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