De Lucerna a Interlaken: en las cataratas de la muerte
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Unas impresionantes cataratas con una caída de más de 200 metros son el escenario en el que el malvado Moriarty y Sherlock Holmes se despeñan hacia el abismo. Situadas muy cerca de la localidad suiza de Meiringen , fue el lugar elegido por sir Arthur Conan Doyle en su relato 'El problema final' para a cabar con la vida del detective de Baker Street . Arrepentido del desenlace, luego le resucitó.Como lector impenitente del gran Sherlock, cogí el tren que sale desde Lucerna con destino a Interlaken . A medio camino, se halla Meiringen, cerca del impresionante paso de Brünig. Después, el ferrocarril bordea el lago de Brienz antes de llegar a la última estación. El trayecto dura unas dos horas en las que el viajero puede disfrutar de la increíble belleza de los Alpes , de sus bucólicos valles y casas de madera llenas de flores.Me detuve una tarde de verano en Meiringen, antes de dirigirme a Interlaken, para subir a las cataratas de Reichenbach en un estrecho desfiladero por el que cae el río Aar. Allí hay un mirador y una placa que evocan la memoria del detective. Están a poco más de un kilómetro de la estación, muy cerca del museo dedicado a Sherlock Holmes en este pueblo de 5.000 habitantes.El museo reconstruye el salón victoriano en el que Holmes y Watson pasaban las horas en el 221 B de Baker Street , reproduce el laboratorio en el que analizaba los rastros de los criminales y exhibe diversos objetos y vestuario del detective. Hay en el exterior una estatua de bronce de Sherlock sentado en una roca y fumando su pipa. A sus espaldas, se alzan majestuosas las cumbres alpinas.La ficción se sobrepone en la imaginación a la realidad. Y ciertamente la presencia de Holmes se puede palpar en las calles de Meiringen y en un viejo hotel en el que bien pudo pernoctar. Como el ilustre detective utilizaba el tren como medio de transporte, no me cuesta trabajo imaginarlo en las estaciones del trayecto para perseguir los pasos de Moriarty. En los veranos que estuve en Lucerna en los años 70 mientras trabajaba en una industria textil, me gustaba comer en el restaurante de la estación, situada al borde del lago de los Cuatro Cantones . Me instalaba en un banco bajo su gran marquesina metálica para ver entrar y salir los expresos con destino a Alemania, a Italia o a Austria. En ocasiones, cogía el tren hacia Sarnen, en la línea de Interlaken, para subir por la ladera del Pilatus. Había un funicular que llevaba a la cumbre . Junto a él, se había construido una pista de aterrizaje de aviones militares si no me falla la memoria. Aprovechaba los festivos para ir a Giswil, Brienz o Interlaken, alguna vez en vagones panorámicos que ofrecían unas vistas espectaculares , y para recorrer los caminos alpinos, en cuyos cruces había señales para orientarse.El trayecto dura unas dos horas en las que el viajero puede disfrutar de la increíble belleza de los AlpesViajando en un Seat 600 de Lucerna a Interlaken con unos compañeros, sufrimos un accidente que pudo costarnos la vida, ya que el vehículo se quedó sin frenos. Era un día de julio de 1974. El coche embistió a una camioneta de correos y eso impidió que cayéramos al abismo. Desde aquel momento, me vi obligado a conocer Suiza en tren , lo cual resultó una suerte porque pude disfrutar de paisajes inaccesibles sobre cuatro ruedas. Por ejemplo, el ferrocarril cremallera que sube a Zermatt , a una altitud de 3.500 metros, un verdadero prodigio de la ingeniería. A quienes le gusten los trenes, los paisajes y los relatos de Sherlock Holmes, ya sabe que Meiringen y sus cataratas les están esperando.
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